El desierto
- Alejandro Gómez
- hace 4 días
- 4 Min. de lectura
Parte del proyecto "La Constante de Abril"
EL DESIERTO
Nunca antes sentí la piel tan seca. Es una lija que ha tallado demasiado, una costra encima de una herida, ancha, entera, resquebrajada apenas en los codos, pero entera. Nunca sentí la piel tan seca, ni el silencio tan profundo.
Recuerdo haberle dicho —por favor, no me mandes al desierto—. Lo dije contenido pero con todas mis fuerzas, gritando a media voz —volumen bajo—, pero gritando.
Recibí un castigo sin saber exactamente el por qué de mi destierro. No sé siquiera, si ella lo sabe. Quizá no lo sabe ninguno y esto fue inevitable. Pero el sol que me pega libre de obstáculos, me dice que no importa. Tengo tanto tiempo de sequía, que me entretengo con esos pensamientos. En medio de tanta nada, le doy vueltas y no se si soy estoy cuerdo u obsesionado.
Sé que no quiso lastimarme, pero me necesitaba lejos. Eso creo, aunque mi corazón se resiste a aceptar que este lodazal seco e interminable, es algo que yo merezco.
Cada día reviso mi cantimplora y cada día, está más vacía. Una gota de vez en cuando, tocando la punta de la lengua, con sabor a tiempo revuelto de amargura. Un reloj sin orden. Un círculo eterno. Y en cada momento de desespero, una gota. No sé cuánto tiempo más podré seguir viviendo. Sin el agua de la esperanza, me siento flotando en este infierno. Pero no floto —eso sería un consuelo—.
Mis pies descalzos van sintiendo cada partícula, cada polvo, cada piedra. No tengo derecho de ir entre el viento. Todo es tierra, nada es etéreo. Es carne envuelta en polvo y flamas, disimuladas en el tiempo. Me asfixia, me pesa. Y en todo momento, su voz calla. Calla todo, todo el tiempo.
No hay ecos, y si hablo, el sonido no encuentra objetivo. No hay resistencia ni destino: no hay nada. Ni siquiera es encierro. No sé si es peor estar en una celda o en esta libertad hecha de tierra y fuego.
Me parece increíble que en un lugar tan grande, no quepa la esperanza. No cabe, como si se quisiera meter una cama grande en una casa de tres metros cuadrados.
Camino un poco todos los días, pero no siempre camino. A veces me arrastro. La luz de un sol amarillo me hace señas ocultas, deslumbrantes, como un faro infinito en medio del infierno. Por las noches el frío se mete por debajo de las uñas, se abraza a mis huesos y me hace temblar de miedo. Me hago bola, subo las rodillas al pecho y busco un poco de calor, pero nunca lo encuentro. Y por los días de calor insoportable, lo que quiero es un poco de frío.
En este desierto, no existe un punto medio.
Tanto silencio hace que no recuerde mi propia voz. No me encuentro. No tengo brújula, ni sospecha. Solo mi instinto de supervivencia que me hace avanzar medio paso adelante, aunque siento que voy retrocediendo. Todo es confuso, no distingo arriba de abajo, ni futuro de memoria. Este calor ansioso me está consumiendo.
Cada vez tengo menos agua. Pronto tendré cero. La nada líquida, como la nada de señas, signos o palabras. Tampoco hay presencia, no veo un solo ser vivo hasta donde alcanza mi mirada. El viento hace que el horizonte ondulado se mueva, pero aquí no caben ni los espejismos. Eso sería algo, pero yo sigo con todo este vacío entero.
—Quisiera que estuvieras aquí—. Escucho esa frase que me rebota por todo el cuerpo. Quisiera que estuvieras aquí, pero no estás. No tengo tu voz, ni tu hambre de todos los días, ni tus ojos. No tengo tu estela dejando su perfume, ni tu risa de campanas. Y tu sigues caminando normal todos tus días, sin saber la magnitud de lo que siento.
Mi corazón va pesado por el piso resquebrajado. Mi piel va seca por tanto pensamiento. Mi ser no sabe por qué resiste, pero resiste, todavía. Pronto llegará a cero. Lo que siento es una ausencia tan grande, como el amor más verdadero.
Y en la ausencia de nubes, el calor abrazante de los días, el frío penetrante de las noches y desconsuelo, sigo mi camino por este desierto. Grande como nuestros recuerdos, eterno como nuestro primer beso. E interminable… como la esperanza que me regalaste un día, con tu mirada tranquila, llena de amor en una mujer llena de despedidas y una contradictoria confianza que me envolvió completo.
Yo me quedo viéndote para adentro. Te guardé, como a las gotas de agua que hay en mi cantimplora. Eres lo que me sostiene. Eres líquido que se agota. ¿hasta cuándo podré resistir la sed de pronunciar tu nombre?
No sé si resistiré este viaje eterno: parece no tener fin, parece que no acaba.
No sé si venceré a este desierto.
Pero hoy, camino otro paso.
Y de tu nombre, una gota aún conservo.




Comentarios