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El espejo

  • Foto del escritor: Alejandro Gómez
    Alejandro Gómez
  • hace 5 días
  • 4 Min. de lectura

Parte del proyecto "La Constante de Abril"


EL ESPEJO

 

Las luces se apagan y cae la noche con todo su esplendor. En mi cuarto estoy solo, quizá es como debe ser. Sus muebles, sus cosas, su ropa… ya no están. El eco es más grande, creció en el momento en que se fue. No necesito las luces. Siempre le tuve miedo a la oscuridad, pero hoy, necesito que la luz se vaya. Nada pertenece, nada pasa, nada queda, todo calla.

 

Lo luminoso me ciega. Hoy tengo ganas de verme, de conocerme realmente, en oscuridad. No gano nada con negar, no quiero ser el idiota que no observa, que no comprende, que niega. Quiero verlo todo con la claridad del abandono, con los huecos que dejan los espacios donde ella, ya no está. Quizá el amor que sentía me estorbaba. Quizá, sin su presencia, pueda tener una mirada clara de quien soy.

 

Voy descubriendo lo que hay en mi que la distanciaba. Quizá mi nariz un poco chueca, o el cabello que no se acomoda. ¿Habrá sido la herida que nunca cicatrizó del todo en mi cabeza? O será mi brazo roto que tiene la marca de la herida. No lo sé todavía, pero hoy pienso averiguarlo, ya sin su silueta.

 

Creo que es el esfuerzo que no hice. O lo descocido de mi chaqueta favorita. Quizá no le gusta la caída de mis hombros, o mi columna vertebral chueca. Quisiera decirle que no tengo la culpa, que sufro por ello desde pequeño, pero no tengo justificación ¿o si la tengo? Si hubiera hecho más ejercicios para el pie plano, podría caminar mas recto. O mis descuidos por insomnio y desvelos, que me llevaron a no hacer ejercicio. O la depresión silenciosa que ahogaba con comida chatarra y me fue consumiendo.

 

¿Cómo podría decirle todo esto? Que me refugiaba en el brillo de las pantallas para que no ver mi propia oscuridad. Todos los momentos cuando anestesiaba mi dolor y mi ira por no ser suficiente. Ahora lo entiendo. Quería distraerme esperando su afecto, el que me negaba porque yo no alcanzaba. Porque todo no lo era. Por no acercarme a alguien perfecto.

 

Y si, estaba consciente, pero no pude hacer mucho. Y aún así, me levantaba para luchar otro día. Tomaba mi columna chueca, mi cabello desarreglado, mis dientes girados un poco hacia la izquierda, e intentaba algo nuevo. Quizá no cada día. O quizá si lo hacía. Ese camino interminable en línea recta transitado para seguir buscando. Quería que me alcanzara el esfuerzo, pero se me fue la vida dándole la vuelta a la tierra.

 

A lo mejor necesito aceptar que no puedo. Que eso me de la resignación. Y así, de una vez por todas, por fin me rinda.

 

Quiero que este silencio de no tenerla me de un abrazo y me haga ver hacia abajo, que caiga mi flequillo, salga la lágrima que no me permito y acepte que simplemente, que no alcanzo, que no puedo.

 

Tengo un estómago abultado más de lo que quisiera. Mi cuerpo está chueco, roto del brazo, la cabeza, el codo y la rodilla. Mis tobillos cuatro veces cedieron. Mis ojos ya no ven tan bien como lo hacían. Mis dientes se han ido opacando y por más que intento, siento que no es suficiente mi intelecto.

 

¿Está bien aceptar lo que veo en este reflejo?

Hoy no sé lo que quiero. Pero ¿qué importa? ¿qué más pierdo?

 

Quizá —nuevamente quizá— hay una posibilidad de reencontrarme si me acepto, todo lo que no soy, lo que no alcanzo, lo que no puedo. ¿Existe alguna posibilidad en la resignación de que no merezca lo que quiero? Si no lo intento, jamás podré saberlo.

 

Mi eterna lucha no ha sido contra el cuartel vecino, ni contra el futuro incierto. No he levantado castillos para refugiarme con gloria, ni tengo cañones apuntando al cielo. La lucha que sostengo es hacia adentro, con el pensamiento de alcanzar lo que anhelo, sin saber siquiera, si tengo derecho.

 

Luchas y noches, ahogos y días, muertes y tardes de tanto esfuerzo que no me llevan a donde quiero.

 

Enciendo una luz, una sola, porque el eco de su ausencia ha teñido este cuarto un poco más de negro. Y ahora, finalmente, me veo. Si quiero encontrar por que no fui suficiente, tengo que aceptar mi reflejo.

 

La luz es amarilla, ajustada en un tenue desvanecido de melancolía que se escurre hasta el espejo. Me veo por fin con todos mis defectos. Aceptaré al deforme-incapaz que presiento. Me acerco. La luz rebota formando geometrías. Los muebles que ya no están, siguen viviendo en mi memoria, mientras me acerco, viendo al piso.

 

Veo el cuerpo deforme, maltrecho. Me siento viejo, feo, gordo y fracasado. Deshecho. ¿Cómo iba a quererme ella? ¿cómo aceptar a alguien que se ve como yo me veo?

 

Me acerco más a mi reflejo.

Finalmente hay algo nuevo.

 

Está roto. No yo.

Mi espejo.

 

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